viernes, 10 de julio de 2009

PRIMER HABITANTE DE CIUDAD JARDIN



Trabajador incansable y líder natural, Hilario Mojica, ha vivido como ningún habitante la historia de Ciudad Jardín. Él, junto a un grupo de vecinos de espíritu pujante y comunitario, construyeron, literalmente, lo que hoy se conoce como el Rinconcito Cívico y Popular de Cúcuta. Cuando el desaparecido Instituto de Crédito Territorial inició el programa de autoconstrucción para las clases menos favorecidas, él no tardó mucho en convencerse de que esa era su oportunidad para tener casa propia y dejar de pagar arriendo. Corría el año de 1965. Hilario, trabajador incansable, se levantaba todos los días en punto de las cinco para irse a conducir el bus de la empresa Expreso Bolivariano, empresa que ayudo a forjar a brazo partido desde que se convirtió en el primero en cruzar la frontera con un bus cargado de pasajeros cuya carrocería estaba hecha en madera. Su disciplina, su carácter emprendedor y el amor por su familia lo impulsaron a visitar las oficinas del Instituto de Crédito y formarle cantaleta a los funcionarios hasta convencerlos de que reanudaran el programa de autoconstrucción, que había tenido un intento fallido en el barrio Guaimaral. “Yo me comprometo a convencer y liderar un buen número de personas para que se unan al programa y no les hago perder ni un centavo”, les dijo a unos ingenieros amigos suyos con tal talante de caudillo popular, que terminó por convencerlos. Fue así como se inició la construcción de lo que era para entonces las etapas V y VI del barrio Guaimaral. Más allá de la Avenida homónima no había absolutamente nada, salvo monte, lagunas, y una cantidad indeterminada de mosquitos tragahombres que se alborotaban cada vez que alguna lluvia bendita caía sobre el Valle del Pamplonita y que anegaba los terrenos sobre los cuales se construía el nuevo barrio. Hilario se armo de valor y convenció, uno por uno, a decenas de padres de familia que, como él, necesitaban un techo propio, para que entre todos construyeran su futuro. Sin embargo, esta tarea no sería del todo grata en un principio. “A mi me toco luchar mucho con ellos. No quería trabajar porque decían que le estaban trabajando era al instituto y que a fin de cuentas era el Instituto el que se iba a quedar como dueño de las casas”. Ahí fue donde se puso a prueba su tesón de liderazgo. Los reunió a todos y les metió en la cabeza que eso que estaban trabajando no era para ningún gobierno sino para ellos mismos y sus familias, que el trabajo era arduo pero que ahí, en esas tierras estaban construyendo el futuro de sus hijos. “Les dije: miren señores, esto es para nosotros mientras estemos vivos, para que lo disfruten nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos. Así que los invito a que sigamos construyendo entre todos nuestro propio futuro”. Sagradamente, cada sábado y domingo, durante cerca de un año, Hilario se levantaba a las seis de la mañana, caminaba desde su casa en el barrio Sevilla y llegaba al sitio de la construcción a las seis y treinta, mucho antes que los ingenieros, los albañiles y cualquiera de sus compañeros de obra. La única obra civil que había para entonces eran las cuadrículas pavimentadas que se convertirían en calles y algunas luminarias. De resto no había nada, ni siquiera vías de acceso. Monte y únicamente monte era lo que se divisaba. “Nosotros llegamos fue a desmontar, como cualquier colono. Aquí había trabajo para todos. El que sabía de albañilería le ayudaba a los albañiles, el que sabía de plomería ayudaba a instalar las tuberías internas. Cuando yo veía a algún grupo de desocupados los armaba con machetes y los mandaba a quitar maleza” “Había una laguna y en ella abundaban los zancudos que no nos dejaban un minuto de paz. Pues quién dijo miedo: con más de veinte viajes de grava rellenamos la laguna hasta que la secamos y pudimos abrir un camino por encima de la misma” No era ese el único problema. Los habitantes sentían que estaban construyendo sus casas en un sector rural y no urbano, máxime cuando con solo caminar un par de minutos llegaban a la orilla del río Pamplonita de donde traían algunos viajes de agua. Seis meses después la primera casa en obra negra estaba terminada y se la adjudicaron a Hilario, en recompensa por su labor de liderazgo y compromiso con la obra. “Una vez los ingenieros del Instituto nos reunieron y nos explicaron cual iba a ser el sistema para entregar las casas. Iba a ser por sorteo: el número del lote que cada quien sacara, esa iba a ser su casa. Pero dijeron: el único que no va a entrar en sorteo es el señor Mojica. A él le vamos a adjudicar la primera casa que se esté terminada” Y así fue. Sin embargo. Fue en ese momento donde Hilario tuvo que medir fuerzas con el destino, pues aún le faltaba un escollo más superar, antes de cumplir el sueño de vivir en su propia casa: su esposa no se quería ir a vivir allí. “Ella nunca, durante la etapa de construcción, quiso venir a asomarse ni siquiera por curiosidad ni por mucho que yo la invitara. Le decía: mija, lléveme el almuercito a la obra y de paso la conoce, para que vea donde es que vamos a vivir. Nunca vino. Me mandaba la comida con alguno de los hijos pero ella no quiso venir” La razón era sencilla: su esposa no quería irse a vivir a un sitio tan alejado de la civilización, en medio del monte donde abundaban las culebras y las plagas de insectos que se los iban a comer vivos y donde en cualquier momento de lluvia fuerte, el río abundaría y se los llevaría con casas y todo. Así que cuando los ingenieros le dijeron a Hilario que su casa estaba lista y que se fuera a vivir ya para que al mismo tiempo les sirviera de celador para el almacén de materiales, él tuvo que tomar las riendas del asunto y tomar una determinación que tal vez le podría costar el matrimonio: “Le dije: bueno señora, o se va usted conmigo, o me voy yo solo, pero yo no me voy a quedar un día más en esta casa y seguir pagando arriendo” Su señora acabó por convencerse, más por fuerza de la conveniencia que por convicción, y de esta forma Hilario y su familia se convirtieron en la primera familia habitante oficial del naciente barrio, que a propósito, era oficialmente Guaimaral V Etapa. Pasado un año o tal vez dos de haberse habitado casi en su totalidad las casas construidas, un grupo de vecinos tuvo la idea de tener su propia junta de acción comunal que se preocupara por sus problemas inmediatos sin tener que recurrir a la junta de Guaimaral, que bastantes problemas tenía que resolver ya. En la Secretaría de Gobierno Municipal les dijeron que no había problema, pero que tendrían que disgregarse de Guaimaral, condición que acrecentó los ánimos de los nuevos pobladores que en menos de una semana convocaron una asamblea general para detallar los pormenores del asunto. Se reunieron un 20 de Julio en lo que para ese entonces era el almacén de materiales del Instituto y actualmente es la Escuela, y allí plantearon que antes de elegir junta alguna debían elegir un nombre para el barrio. “Lo sometimos a votación. Se propusieron cinco nombres que fueron: San Eduardo, por la hacienda de caña que quedaba cerca, Zulima, Juana Rangel de Cuellar y Ciudad Jardín, que al final fue el que contó con mayor votación” “Ciudad Jardín lo propuso un señor bogotano: Luís Bernal, porque él vivió en el barrio del mismo nombre cuando estaba en Bogotá, y quiso mantener vivo el recuerdo de su pasado proponiéndolo en la asamblea. Fue un nombre que gustó mucho” Al año siguiente, los habitantes decidieron festejar el primer año oficial del barrio con una pequeña celebración que incluyó una serenata que llamaron: Serenata Jardinera, y ha sido tal el espíritu cívico y comunitario de sus habitantes, que desde entonces y de forma casi sagrada, cada 20 de Julio Ciudad Jardín celebra su aniversario con tres días de fiesta y bullaranga que incluyen el carnavalito que va por todas las calles del barrio, y la inolvidable Serenata Jardinera. Hilario ya no habita aquella primera casa que le adjudicara el Instituto de Crédito Territorial, pues al año cumplido pidió que lo cambiaran de esquina porque el prefería la otra y se lo concedieron. No había razón para negárselo. A fin de cuentas, gracias a su labor encomiable, los habitantes de Ciudad Jardín pueden seguir celebrando cada 20 de Julio, todos los años que quieran. Dia: 2007-08-01 12:32:10 Ultima actualizacion: 2007-08-01 12:32:10 Autor: Jhon Jairo Jaimes

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